Capítulo 5

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Estaba en el baño, con una camiseta de ropa interior y mis pantalones al nivel de mis rodillas, al borde de la hiperventilación. Darry estaba al otro lado de la puerta. Mi corazón seguía tratando de salir de mi pecho, cuando él dijo que necesitaba quitarme mis capris y evitara usar ropa ajustada sobre la quemadura por un tiempo. Hasta se ofreció a ayudarme a quitar el pantalón, pero eso me hizo sentir como si fuera a vomitar otra vez. Así que en vez de eso, empecé a menearme para quitármelos por mí misma, tratando, y fallando, de mantener la tela lejos, para que no tocara mi piel dañada.

Deslicé el pantalón un poco más bajo y mordí mi labio para tratar de silenciar un gemido.

– ¿Trish? –Darry golpeó ligeramente la puerta. – ¿Estás bien?

– ¡Estupendo! –dije.

Tiré de mis pantalones de nuevo y jadeé.

–Trish, solo déjame ayudarte. Me estás preocupando.

Cerré mis ojos, tratando de pensar en la manera de evitar esto. Cojeando torpemente con mis pantalones alrededor de mis rodillas, encontré una falda con cintura elástica en mi cesto. La metí por mi cabeza y la bajé hasta cubrir mi ropa interior, y luego me senté en el inodoro. Estaba segura que mis mejillas estaban probablemente de un humillante tono rojo. Ahora no podía hacer nada al respecto.

–Bien. Entra.

La puerta se abrió lentamente, y la cabeza de Darry  se asomó por la esquina, seguida por el resto del cuerpo. Le echó un vistazo a mi falda arrugada, y a mis pantalones agrupados en mis rodillas.

Entonces ser rió. Una risa estridente, en realidad.

–Esto es humillante.

¿Cómo iba a poder tener sexo con él ahora? Apretó sus labios para contener la risa, pero la diversión seguía bailando en sus ojos.

–Lo siento. Sé que te duele. Solo te ves tan…

– ¿Ridícula?

–Bonita.

Le di una mirada honesta.

–Ridículamente bonita.

–Está bien. Ahora ayúdame a sacarme los pantalones –dije, intentando controlar mis nervios.

Me miró por un momento antes de bajar los ojos y se aclaró la garganta. De pronto, algo más que mi pierna estaba ardiendo. Se arrodilló junto a mí y tomó mi pierna entre sus manos. Yo ya había comenzado a bajar los capris, por lo que la herida ya estaba casi cubierta. Él aclaró su garganta otra vez y luego deslizó su mano por una pierna del pantalón.

ATAQUE. AL.CORAZÓN.

Estaba segura de que estaba teniendo uno.

Usando su otra mano bajó mis pantalones hasta debajo de mis rodillas y me miró, aclarando su garganta otra vez, y dijo: – ¿Me das tu mano? Mantén tu mano aquí, y tira de la tela tan lejos de tu pierna como puedas. Voy a hacer lo mismo en la parte de adentro, así trataremos de sacártelo sin tocar la quemadura.

Asentí. Él deslizó su mano hacia arriba y afuera, sintiendo un ligero toque que me enviaba escalofríos. Él hizo lo que dijo, apartó la tela lejos de mi piel dañada y luego, juntos, intentamos sacar los pantalones.

No era la misión más exitosa. Esos jeans eran indecentemente apretados, y gracias a Max pasé un largo tiempo encogiéndome mientras la tela chocaba con mi piel.

–Lo siento –se disculpó como si fuera su culpa.

Luego de un minuto o dos de una lenta y cuidadosa maniobra, mis jeans cayeron al suelo.

Me di cuenta de que su mano seguía en mi pierna. Acariciaba mi pierna con suavidad. Si seguía tocándome así, me iba a derretir en un charco aquí mismo, en el suelo.

–Mmm, gracias.

Él pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo y sus ojos se movieron rápidamente a sus manos e inmediatamente sonrió, volviendo a pasar lentamente su mano por mi pierna, y luego la retiró.

–No hay problema. Ahora necesitamos que se enfríe. Podríamos dejarla bajo agua fría. O podríamos poner un paño frío y húmedo.

Le entregué una toalla de la cesta que se encontraba detrás de mí y él se dirigió al lavabo para mojar la toalla con agua fría. Contuve el aliento mientras él la puso sobre mi quemadura haciendo que el frío se sintiera bien, lo suficiente como para relajarme por primera vez desde que entramos en mi apartamento.

– ¿Mejor?

Asentí con la cabeza. –Mucho. Nunca me pondré jeans tan ajustados.

Él sonrió. –Eso sería una lástima.

Iba a tener que conseguir un ventilador si él seguía diciéndome cosas como esas.

–Escucha –comenzó diciendo. –Lo siento, nunca debí haberte empujado a subir a la moto.

–No es tu culpa que no sepa nada de motos.

–No puedo creer que nunca hayas montado en moto.

–Sí, bueno, hay muchas cosas que todavía no he hecho.

Él arqueó la ceja. – ¿Cómo cuáles?

–Bueno… –juro que mis latidos sonaban como “estú-pida, estú-pida” mientras lo escuchaba en mis oídos. –Hum, hasta ahora nunca había conocido a un británico.

Rió, pasando sus dedos, inconscientemente, a través de su cabello.

–En realidad soy medio británico y medio francés. –Tuvo que ver que mi boca había caído al suelo. ¿Británico y francés? ¡BRITÁNICO Y FRANCÉS! –Mi padre es británico y mi madre es francesa. Estuve hasta los cinco años en Francia y después me mudé con mi padre a Inglaterra.

–O sea que hablas francés.

  Trish, te has superado. Es obvio que sí habla francés. Él mismo lo ha dicho. Estúpida.

–Oui. Vous parlez français?

–Bueno… si por saber decir Voulez-vous coucher avec moi, ce soir es hablar francés pues sí, hablo francés.

– ¿Me lo estás diciendo en serio?

– ¿Eh?

Voulez-vous coucher avec moi. Significa “Quieres dormir conmigo”. Ce soir es… “esta noche”.

¡La gran Mierda! Solo yo diría eso en francés… claro. Y todo gracias a Lady Marmalade.

Mojó nuevamente la toalla en agua fría, pero mi cuerpo se calentó demasiado cuando puso la toalla otra vez sobre mi piel. Su otra mano sostenía mi tobillo.

Mantuve mi aliento, y con cuidado dije: –Tu turno.

– ¿Hmm?

– ¿Qué es lo que nunca has hecho?

–Curar a una chica ridículamente bonita de una quemadura en la pierna –contestó. Yo me tensé un poco más, si eso era posible. Ridículamente bonita. Esa era yo. Y estaba en mi baño con un hombre ridículamente sexy.

– ¿Y qué hace un británico/francés como tú en Estados Unidos? –dije, intentando mantener mi mente despejada de su tacto.

–Trabajo. –Se puso en pie. – ¿Dónde puedo encontrar gasas?

–En ese cajón de ahí arriba –dije, señalando. Cogió una gasa y me la pegó en la parte de mi pierna que estaba quemada.

–Ya está. Ahora supongo que me tendré que plantear tu invitación.

– ¿Qué invitación?

Voulez-vous coucher avec moi, ce soi. ¿Recuerdas?

¡Santo Dios! Mi boca se podía haber mantenido cerrada…

–Oh, sí… recuerdo… Pero no era una invitación. Únicamente repetía la letra de la canción.

–Entonces, ¿no quieres que me quede a “dormir” esta noche?

Tragué saliva, pero mi boca se sintió como si de repente hubiera una caja de arena.

Él se sentó con sus rodillas, arrastrando su mano desde el tobillo hasta la parte exterior de mi pantorrilla lesionada. Sus caderas estaban a pocos centímetros de mis rodillas.

–No puedo obligarte a hacer nada. Es decisión tuya quedarte o no –volvió a colocar su mano en mi tobillo, acariciándome. Volviéndome loca. Si no me basaba pronto me quemaría por dentro.

–Mírame, ni siquiera puedo tener mis manos lejos de ti –su mano siguió subiendo hasta mi rodilla, y una vez ahí, volvió a bajar. –Supongo que ambos estamos aquí por una cosa, y no es curar tu quemadura. Así que… dime que puedo besarte.

Eso… eso podía hacerlo.

–Puedes besar…

Sus labios estuvieron en los míos antes de poder terminar la frase. Mi quemadura fue curada por completo.

By laurii1d

Capítulo 4

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Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

Lo miré fijamente, preguntándome si mi lado maníaco del control podía manejar esto.

Su mano rozó mi mandíbula. –Te prometo que iré despacio.

Negué con la cabeza y dejó caer su mano. –No creo que pueda hacer esto.

–Solo sujétate a mí. Prometo… que te divertirás.

–Darry…

–Trish, confía en mí.

Respiré profundo. Sabía que podía hacerlo, solo tenía que apagar mi cerebro, como Max dijo.

–Está bien, pero date prisa… antes de que cambie de opinión.

Su rostro cambió dándome una sonrisa con un rápido beso en la sien. –Buena chica.

Luego cuidadosamente colocó el caso sobre mi cabeza y pasó una pierna por encima de su moto, ofreciéndome su mano. Me alejé de mis pensamientos y se la tomé. El asiento estaba encorvado así que a pesar de intentar incorporarme unos centímetros hacia atrás, me deslizaba hacia abajo, haciendo que mi cuerpo se presionara contra el suyo.

Su mano se instaló en mi rodilla y sus dedos me rozaron suavemente, haciéndome sentir cosquillas.

–Sujétate a mí.

Hice lo que me dijo y casi me da una aneurisma cuando pude sentir sus abdominales a través de su camisa. De repente, estaba súper consciente de que era la chica que descansaba a espaldas de él. Sabía que le echaría un vistazo a mi cuerpo y sabía que no era lo suficientemente buena. Él retiró su mano de mi rodilla y en ese momento arrancamos. Hundía mis manos en su cintura y la moto entera saltó, desviándose  hacia un lado.

Grité. Bueno, más bien chillé. Justo en su oreja.

– ¿Todo bien?

Con mi cara enterrada en su hombro, me las arreglé para hablar. –Sí.

–Lo siento, amor. Soy poco delicado.

Amor… ¡AMOR! Me había dicho amor.

–Oh –aflojé los dedos que prácticamente estaban enterrándose en sus caderas. Gracias a Dios que no podía ver mi cara en estos momentos.

Ganó lentamente velocidad y mantuve mi mejilla contra su espalda, con los ojos cerrados. Seguí en esa posición hasta que la moto paró de moverse.

Entonces me centré en otra cosa: Sexo.

Iba a tener sexo.

Con un chico.

Un chico caliente.

Un chico BRITÁNICO caliente.

O tal vez vomitaría.

¿Y si vomitaba encima del chico británico caliente?

¿Y si vomitaba encima del chico británico caliente durante el sexo?

– ¿Trish?

Me moví hacia atrás, horrorizada y preguntándome si accidentalmente había hablado en voz alta.

– ¿Sí?

–Podemos bajarnos de la moto cuando quieras.

–Oh –quité mis brazos tan rápidamente que casi perdí el equilibrio y caí de la moto. Afortunadamente, conseguí estabilizarme y lentamente me bajé de la moto.

Entonces mi pantorrilla rozó con una de las tuberías laterales de la moto y empecé a gritar.

Estaba caliente. Tan JODIDAMENTE caliente… Y ahora mi piel picaba.

– ¿Trish?

Solo me había alejado un par de pasos cojeando para el momento en el que Darry me alcanzó. A pesar de mis puños cerrados y de cómo me estaba mordiendo el labio para contener el dolor, mis ojos lagrimearon. Miró hacia la pierna en donde una brillante roncha roja estaba formándose alrededor de un centímetro por donde acababan los capris.

–Oh, mierda.

Mantuve mis labios fuertemente cerrados, sin saber si podía abrir la boca sin llorar. Darry rodeó mi cintura con su brazo y lancé los míos sobre sus hombros.

–Vamos, amor. Esperemos que ese cerrajero ya haya llegado.

Por primera vez eché un vistazo a mí alrededor y me di cuenta de dónde estábamos. Estábamos cerca de mi complejo de apartamentos. Estábamos más que cerca. ¡Estábamos enfrente de mi complejo de apartamentos!

Llegamos a su puerta.

Y estábamos sin cerrajero.

La piel de mi pantorrilla todavía se sentía caliente, como si estuviera de pie junto a una llama.

Me lanzó una mirada preocupada y luego sacó su teléfono. Pulsó el botón de llamada, remarcando el último número al que llamó. Se alejó de mí para hablar y me apoyé pesadamente contra la pared junto a su puerta. Claramente, no estaba destinada a tener sexo. Este era Dios diciéndome que mi destino era ser una monja e ir a un convento junto a toda esa mierda. Darry volvió, e incluso frunciendo el ceño se veía magnífico.

–Malas noticias. El cerrajero se ha retrasado y no estará aquí hasta dentro de otra hora.

Suspiré. Se arrodilló y sus dedos rozaron mi quemadura. Gracias a Dios me había depilado. Inhaló profundamente y expiró lentamente por la nariz. Cerró los ojos por un momento y luego asintió.

–Bien. Bueno, en ese caso debería llevarte a Emergencias.

– ¿Qué? ¡No!

¿Qué diría Max? Salí en busca de relaciones sexuales y en su lugar terminaría en la sala de Emergencias.

–Trish, la quemadura no está demasiado mal, pero si no la tratas te dolerá como el Infierno.

Golpeé mi cabeza contra la pared. Por unos segundos pensé en que mi apartamento esta cerca. Pero la voz de Max diciendo: “Primera regla: No lleves al chico a tu casa” sonó en mi cabeza.

–No vivo lejos, podemos ir a mi casa.

Mierda.

La primera regla se fue a la mierda. Bien hecho, Trish.

–Oh, está bien. –Su sonrisa regresó fácilmente. –Vamos a tener que ser cuidadosos al subirte de nuevo a la moto. No quiero que te quemes otra vez.

Me mordí el labio inferior.

–En realidad podemos ir a pie. Es enfrente –dije, señalando el bloque de apartamentos que había justo enfrente de nosotros. Arqueó una cerca graciosamente. Mis rodillas se sentían débiles y no solo por el dolor.

Tragué saliva, pero mi boca aún se sentía seca. Me rodeó por la cintura de nuevo.

–Vayamos a tu apartamento… vecina.

Llegamos a mi apartamento en menos de tres minutos. Su mano dejó de sujetarme mientras buscaba las llaves en el bolso, y por un momento me olvidé de lo que estaba buscando.

Llaves de mi apartamento.

En el cual él estaba a punto de entrar.

Conmigo.

A solas.

Para tener sexo.

Sexo.

Cuando entré en el oscuro pasillo, él no me siguió. Lo miré de nuevo, de pie y sus manos ahora estaban metidas casualmente en los bolsillos. Su sonrisa era sincera y magnífica, para detener corazones. Pero parecía que no tenía intenciones de entrar. Eso fue todo. Había subido en moto para… un adiós.

– ¿Esperas una invitación? –pregunté, mirándolo de pie fuera de mi apartamento. – ¿Esta es la parte en la que me dices que eres un vampiro?

Se rió entre dientes. –No, te prometo que la palidez es solo porque soy británico.

– ¿Entonces qué estás esperando? ¿Qué ha pasado con el chico que hizo que dejara a mi amiga y subiera con él en su moto para poder acabar con esto de una vez?

Dio un paso por lo que se situó en el parco de la puerta, y se recostó en ella.

–Ese chico está intentando ser un caballero. Y no puedo entrar en tu casa sabiendo que tienes novio.

–Vale, ahora sí que me he perdido.

–Quería saber hasta dónde podía llegar contigo. Pero siempre he sabido que tienes novio y que probablemente ahora mismo tengas intención de engañarle.

–En primer lugar… YO no tengo novio. ¿De dónde te has sacado esa estupidez?

–Ayer por la noche, cuando te fuiste con aquel chico. Yo… pensé que erais novios por cómo os mirabais y todo eso.

– ¿Hablas de Gabe? Oh, Dios mío –empecé a reír como si hubiera oído el chiste más gracioso del mundo. – ¡Gabe y yo no somos novios! ¿Por qué todo el mundo piensa lo mismo?

– ¿Ah, no? Pensé que… Lo siento.

–Sí, bueno… Aclarada la duda, ¿quieres entrar?

– ¿Quieres que entre? –una sonrisa sospechosa iluminó su cara.

–Deberías quedarte y tratar de curar a la chica que ha tenido una quemadura de moto.

Sus ojos dejaron los míos para echarle un vistazo a mi pantorrilla, y cuando alzó su mirada de nuevo, encontró mis labios en su lugar.

–La chica herida tiene razón. Sería una caballerosa cosa que debo hacer.

Luego entró en mi apartamento y cerró la puerta. La luz del pasillo desapareció y nos quedamos a oscuras, porque tenía media casa con las bombillas fundidas y no las había cambiado. Yo era todo un desastre.

Podía sentir el calor que irradiaba mientras se acercaba. Su mano, una vez más, se instaló en la parte baja de mi espalda y susurró en la oscuridad.

–Muéstrame el camino, amor.

By laurii1d

Capítulo 3

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No podía decir si la sensación de ardor en mi pecho era por Darry o por el Jack con Cola que terminé como si fuera agua. Un camarero llegó antes de que Darry le hiciera señas.

– ¿Patricia? –preguntó Darry.

Su voz envió escalofríos a través de mí. Me miró, y luego al camarero, que resultó ser el chico de antes. Abrí la boca para pedir otro Jack con Cola, pero el camarero me detuvo con una mano en mi hombro. –Recuerdo. Jack con Cola, ¿cierto?

Asentí con la cabeza y él me lanzó un guiño. Hice una pausa por un momento preguntándome cómo sabía mi pedido. Estaba segura de que la chica camarera me había servido el último.

– ¿Debo decirle a tu amiga de allí que regresarás luego? –me preguntó el camarero.

–Oh, bueno… claro.

Sonrió en respuesta. Se volvió y regresó a la barra. Sabía que tenía que mirar a Darry, pero me aterraba derretirme en un charco de excitación si me encontraba con aquellos ojos magníficos de nuevo.

– ¿Sabes? Tal vez no sepas el efecto que causas en los chicos. O tal vez sí que lo sepas y disfrutes poniéndolos celoso –dijo Darry.

–Creo que yo no estoy poniendo celoso a nadie –me miré los nudillos.

–Oh, créeme que sí. Voy a tratar de ser lo más claro posible contigo. –Tomó su silla y la colocó a escasos centímetros de la mía. –Prefiero que no vayas de nuevo con tu amiga. Quédate aquí conmigo.

Traga, Trish. Me dije. Tienes que tragar o si no podrías empezar a babear.

–Bueno, mi amiga me está esperando. ¿Qué vamos a hacer si me quedo?

Extendió una mano y puso mi cabello detrás de la oreja. Su mano se deslizó por mi cuello, haciendo una pausa en el punto de mi pulso, el que debe haber estado volviéndose loco.

–Podemos hablar de Literatura. Podemos hablar de lo que quieras. Aunque no puedo prometerte que no me distraeré en tu cuello. –Sus dedos viajaron a través de mi mandíbula hasta llegar a la barbilla, que sacó un poco hacia delante con la presión de su dedo índice. –O tus labios. O esos ojos.

– ¿Haces esto con todas las mujeres con las que ligas? –dije sin aliento.

Sonrió y su dedo cayó de mi barbilla. Mi piel quemó por donde me había tocado.

–No me importa lo que hagamos, siempre y cuando te quedes.

–Está bien –dije, reteniendo las ganas de decir: “Santo cielo, voy a hacer todo lo que me pidas”.

–Tal vez debería quedarme fuera de mi apartamento más a menudo.

Preferiría encerrarnos a ambos dentro, en realidad.

Mi bolsillo empezó a vibrar, y me apresuré a contestar el teléfono antes de que mi embarazoso tono de Move Like Jagger de Maroon5 sonara.

– ¿Sí?

– ¿Te has caído dentro de la taza del retrete o qué?

Era Max.

–No, Max, no lo hice. Oye, ¿por qué no solo vas a tu casa sin mí?

Los ojos de Darry se oscurecieron, y mi respiración se enganchó cuando su mirada cayó a mis labios.

–No te saldrás de esto, Trish. Vas a follar esta noche aunque tenga que hacerlo yo misma.

Dios. ¿Podría ser más gritona? Pensé que Darry tuvo que haberla oído hablar, pero sus ojos no se apartaron de mis labios.

–Eso no será necesario, Max.

Traté de decirle en algún código secreto que ya había encontrado a mi chico, cuando oí una toma de aire y un “OH. DIOS. MÍO”.

Miré por encima del hombro de Darry a tiempo para ver cómo la sonrisa de Max se ensanchaba.

–Sí, está bien, así que hablaré contigo más tarde, Max.

–Seguro que lo harás. Te llamaré y me contarás cada precioso detalle.

–Ya veremos –colgué sin despedirme de ella.

– ¿Tu amiga? –preguntó Darry.

–Sí, fue Max. Digo… Mackenzie.

–¿Te vas a quedar?

Asentí con la cabeza. Cada músculo de mi cuerpo estaba tenso. Si no me besaba pronto, iba a explotar como palomitas de microondas. Justo cuando pensaba que podía hacerlo, el camarero regresó con las bebidas. Él se acercó con una sonrisa, que bajó al ver lo cerca que Darry y yo estábamos.

–Siento haber tardado tanto. Estamos inundados por allí.

–No es ningún problema –dije.

–Por supuesto. ¿Queréis algo más?

–No, estamos bien –contestó Darry. –Toma quédate con el cambio –dijo entregándole unos billetes.

–Así que eres celoso –dije, sin mirarle. Centré toma mi atención en la bebida.

–No realmente. Solo que no me gusta que otro chico empiece a babear por ti estando conmigo –dijo.

–Está bien. Hablemos de otra cosa. ¿A qué hora dijo el cerrajero que estaría en tu apartamento?

Miró brevemente su reloj. –Debería estar allí muy pronto.

– ¿Deberías ir y esperar por él? –era difícil determinar lo que quería exactamente en este momento. Estaba claro que yo le gustaba, y yo me moría de ganas por besarle. Pero estaba acostumbrada a sabotear este tipo de cosas para que nunca llegaran demasiado lejos. Siempre en busca de una puerta de salida.

– ¿Estás tratando de deshacerte de mí?

Respiré hondo. Esta vez no había puertas traseras. Esta vez no. Me mordí el labio y lo miré –Supongo que podríamos ir y esperarle –dije.

Miró mis labios. Moría… moría porque me besara.

–Mucho mejor.

Se puso de pie y me ofreció su brazo. – ¿Patricia?

–Oh, por favor, llámame Trish.

–Está bien… Trish. Si es lo que quieres.

– ¿No quieres terminar nuestras bebidas?

Me tomó la mano y apretó sus labios contra el interior de mi muñeca. –No, gracias.

Apenas podía pensar cuando me levantó de la silla y tapó mi boca con la suya. Yo estaba demasiado sorprendida para reaccionar. Era muy consciente del hecho de que me estaba besando en medio de un bar, hasta que me mordisqueó el labio inferior. Luego me olvidé de todo, excepto de él. ¿Quién me hubiera dicho a mí que encontraría de nuevo al chico de la exposición? Todo mi cuerpo se estremeció, y mi corazón se dejó caer a mi estómago, como si la fuerza de la gravedad se hubiera duplicado. La cabeza me daba vueltas, pero no me importaba.  Abrí mi boca, y al instante su lengua se deslizó adentro, tomando el control.  Mis manos se aferraron a su espalda, y en respuesta, me llevó más cerca. Su beso fue lento, luego rápido, tierno… Estábamos apretados con tanta fuerza que podía sentir cada parte de su cuerpo, pero, aún así, quería estar más cerca. Su mano se deslizó hasta el fondo de mi camisa y sus dedos calientes presionaron mi piel. Un gemido escapó de mi boca ante aquel contacto íntimo. Inmediatamente me arrepentí, porque el sonido pareció aclarar su cabeza, y se apartó.

Quería seguir estando junto a sus labios. Yo era solo la suma de mis terminaciones nerviosas, que se volvían locas. Suspiró pesadamente, y eso quemó mi piel. Su voz era ronca cuando habló. –Lo siento, me dejé llevar.

Esas fueron exactamente las palabras adecuadas. Dejarse llevar. Nunca había estado tan atrapada en una persona antes. Su mano se deslizó fuera de mi camisa, y me estremecí, sintiendo frío en aquella zona en la que antes había estado su mano. Dio un paso hacia atrás.

–Bien. Podría ser el momento de irnos.

By laurii1d

Capítulo 2

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Fui una gran estúpida cuando le conté mi “secreto” a Max. Fue una gran cagada. La mayor en la historia…

Me encontraba en mi habitación, lamentando haber reunido el coraje para admitírselo a mi amiga. Ella reaccionó como si le hubiese dicho que mantenía relaciones con una tortuga ninja. Y supe, antes de que su mandíbula acabase cayendo al suelo, que era una mala idea.

– ¿En serio? ¿Es por Jesús? ¿Lo haces por tu fe o algo así? –El sexo parecía sencillo para Max. Ella tenía el cuerpo de una Barbie, era rubia, alta… y el cerebro sexualmente cargado de una adolescente.

–No, Max –dije–. No es por Jesús. Ni siquiera soy religiosa.

–Es que siempre llevas la crucecita en el cuello y…

–Me la regaló mi abuela antes de morir.

–O sea que no eres creyente.

– ¡Max! ¡Céntrate en el tema!

–Cierto. –Se quitó la camisa y la tiró al suelo. Debí de poner cara rara porque se rió. –Relájate, Princesa Pureza, sólo estoy cambiando camisetas. –Abrió las puertas de mi armario y empezó a sacar ropa.

– ¿Por qué?

–Porque, Trish, vamos a salir para conseguir que esta noche te jodan.

– ¡Dios, Max! No lo necesito.

–Oh, cariño. Tú sí que lo necesitas –dijo, poniéndose una camiseta que a mí me venía muy ajustada. Luego se recogió el pelo rubio en una coleta alta. –Necesitas a la persona correcta que haga bombear tu sangre y que apague tu cerebro analítico, crítico e hiperactivo. Necesitas pensar con el cuerpo.

–Los cuerpos no pueden pensar.

– ¡VES! –dijo–. Siempre pensando en lo correcto.

–Está bien. Tú ganas. ¿Qué bar esta noche?

Stumble Inn. Por supuesto.

–Bien, vamos –me dirigí hacia las cortinas para salir de mi habitación.

– ¡Espera! –agarró mi codo y me empujó con tanta fuerza que caí de nuevo en mi cama. –No puedes salir así.

Miré mi atuendo. Una florida falta y un top simple que mostraba una buena cantidad de escote. Me veía bien.

–No veo el problema –dije.

–Cariño, ahora mismo te ves como la adorable hermana de alguien –dijo poniendo los ojos en blanco. –Ningún hombre quiero tener sexo con su hermanita.

–Supongo que tienes razón.

– ¿Supones? Tengo razón. Esta noche seremos unas putas que buscan a su chulo. ¿Vale, Caramelo?

– ¿Caramelo?

–Es tu nombre de puta.

–Oh, está bien, esto… Canela.

– ¿Canela?

–Tu nombre de puta.

–Oh, no. Yo ya tengo uno.

– ¿Cuál?

–Max. –Contestó. Nos empezamos a reír. –Bueno, ahora quédate quieta y deja que haga magia.

Con magia se refería a tortura. Después de probarme tres camisas que me hicieron sentir como una prostituta, unos pantalones ajustadísimos y una falda tan corta que amenazaba con enseñar todo con una brisa de aire, nos acomodamos en un apretado Capri de mezclilla  y un top de encaje negro que destacaba, en contraste, con mi piel pálida.

– ¿Piernas afeitadas? –Preguntó Max. Asentí con la cabeza. – ¿Otras… cosas… afeitadas?

–Sí, como nunca. Ahora vamos.

Ella sonrió pero no dijo nada. Salimos de mi apartamento y antes de cerrar con llave dijo: – ¿Condones?

–En mi bolso.

– ¿Cerebro?

–Apagado.

–Excelente. Creo que estamos listas. ¡Celebremos tu puesto de trabajo acostándote con un chico!

–Oye, ¿por qué tanto interés con querer que me acueste con alguien?

–Porque no quiero verte con cincuenta años sola, con siete gatos y un hurón –me imaginé la escena en la cabeza. Probablemente yo estaría en un viejo sofá, haciendo ganchillo con mis siete gatos, llamados Ringo, Simba, Kity, Frida, Chachito, Lanna y Lennon. – ¡Oh! Y recuerda la primera regla: No lleves al chico a tu casa. Ve tú a la de él. ¿Entendido?

–Entendido, capitán –dije, subiendo al coche de Max.

–Segunda regla importante: si esto va a ser un rollo de una sola noche, entonces jamás y repito… JAMÁS te enamores de él.

–Lo pillo. Nada de ir a mi apartamento y no enamorarme de él. Fácil. Lo difícil es encontrar al chico perfecto.

–No hace falta buscar al chico perfecto. Solo necesita estar disponible, bueno y borracho.

Podía hacer esto. Era un problema que tenía que resolver. Era lo primero que estaba en mi lista de cosas pendientes. Era así de simple.

Simple.

Nos detuvimos frente al bar unos minutos más tarde, y la noche era todo, menos simple. Mis pantalones se sentían demasiado apretados, mi camisa demasiado baja y mi cerebro demasiado nublado. Quería vomitar.

No quería ser virgen. Eso lo sabía. No quería ser la inmadura mojigata que no sabía nada sobre el sexo. Odiaba no saber las cosas. El problema era… tanto como no quería ser virgen, no quería mantener relaciones sexuales.

El enigma de los enigmas. Era como una de esos cuadrados que parecen rectángulos, pero al final te preguntas si es un rectángulo que parece un cuadrado.

Seguí a Max hacia el bar. Hice una línea recta hacia la barra, sentándome en un taburete, e hice señas al camarero. Él era una posibilidad. Pelo rubio, estatura media, cara bonita. Nada especial.

– ¿Qué puedo hacer por ustedes, señoritas?

Acento sureño. Sin duda un chico de cosecha propia.

–Necesitamos dos tragos de tequila para empezar –dijo Max.

–Que sean cuatro –grazné.

Silbó y sus ojos se encontraron con los míos. –Ese tipo de noche, ¿eh? –dijo el camarero. Asentí y después le sonreí.

–Estaría encantado en ayudar –me guiñó un ojo.

– ¡Él es el indicado! ¡Él es el indicado! –gritó Max en mi oreja. Las palabras retumbaron dentro de mí. Me sentía como en una montaña rusa, mareada pero a la vez excitada.

–Calma, Max. Eres como un maldito chihuahua.

– ¿Qué? Es una buena opción. Bueno. Agradable. Y le he visto mirar dos veces a tu escote… ¡dos veces! –Ella no estaba equivocada. Pero todavía no estaba interesada en dormir con él.

–No estoy segura… simplemente no hay chispa –Max puso los ojos en blanco.

Cuando el chico camarero regresó con nuestras bebidas, Max pagó, y me llevé mis dos tragos antes de que Max entregara su tarjeta. El camarero se quedó por un momento sonriéndome, antes de pasar a otro cliente. Robé uno de los tragos restantes de Max.

–Tienes suerte de que esta sea una gran noche para ti, Trish. Normalmente nadie se interpone entre mis tequilas y yo.

Tendí mi mano y dije: –Bueno, nadie va a conseguir meterse entre mis piernas a menos que esté bien borracha, así que pásame el último.

Max sacudió la cabeza, pero estaba sonriendo. Después de unos segundos, se rindió, y con cuatro tragos de tequila en mi estómago la perspectiva de sexo no daba tanto miedo.

Otro camarero se acercó. Esta vez era una chica y pedí un Jack Daniel’s con Coca Cola para beber. Pensé de nuevo en la opción del camarero. Fue descartado rápidamente al pensar que él estaría aquí hasta las 2am. Y que yo no aguantaría estar tanto tiempo aquí metida. Había otro hombre de pie a mi lado, pero parecía tener por los menos cuarenta años. No, gracias.

Tomé un trago más de mi copa y examiné el bar.

– ¿Qué pasa con él? –preguntó Max, señalando a un chico en una mesa cercana.

–Demasiado pijo.

– ¿Él?

–Demasiado Hipster.

– ¿Por ahí?

– ¡Ugh! Demasiado peludo.

La lista continuó hasta que estaba bastante segura de que esta noche iba a ser un completo fracaso. Max sugirió ir a otro bar, que era lo último que quería hacer. Le dije que tenía que ir al baño y esperaba que alguien pudiera captar su atención para así poder quitármela de encima. El baño estaba al fondo, detrás de un montón de mesas.

Fue entonces cuando me fijé en él.

Bueno, técnicamente, noté primero su libro. ¡Pero era él!

Y, simplemente, no pude mantener mi boca cerrada. –Si eso se supone que es una manera de ligar con chicas, entonces lo has conseguido.

Él levantó su vista de la lectura, y de repente me pareció difícil tragar. Recordaba perfectamente aquellos intensos ojos azules. Era sin duda el chico más atractivo de aquel bar. Tenía el suficiente vello en la mandíbula para darle un look masculino sin hacerle demasiado peludo. No me había fijado en eso la anterior noche.

– ¿Perdón?

Mi mente seguí procesando su perfecto pelo y sus perfectos ojos azules, por lo que me tomó un segundo decir: –La milla verde, de Stephen King. Nadie lee a Stephen King en un bar a menos que sea una táctica para ligar.

Él no dijo nada por un largo rato, pero luego su boca se separó en una sonrisa reveladora. ¡Dientes perfectos!

–No es un truco. Pero si lo fuera, estoy teniendo mucha suerte aquí –puso su libro a un lado, pero no antes de marcar su lugar. Dios mío, realmente estaba leyendo a Stephen King en un bar. –Eres la chica de ayer, ¿verdad? Estuviste en la exposición de arte.

–Sí, lo soy –eché otro vistazo hacia él. Seguía sonriendo. Blancos dientes, barba de tres días en su mandíbula… Sí, yo era definitivamente seducible.

– ¿Cómo te llamas?

–Trish. Bueno, realmente es Patricia.

–Patricia –pronunció mi nombre con lentitud. –Me gusta.

Dios, me estaba muriendo en la más larga, más tortuosa y excitante muerte en la historia del mundo. ¿Era esto lo que siempre se sentía al estar excitada?

–Bueno, Patricia, aunque te sorprenda verme leer La milla verde aquí no estoy buscando para nada ligar con mujeres. Únicamente soy nuevo en la ciudad y me he quedado fuera de mi apartamento. Estoy esperando a un cerrajero y pensé en aprovechar bien el tiempo.

–Leyendo a Stephen King.

–Sí. ¿Te gusta Stephen King?

–Bueno, lo único que he leído de él ha sido Carrie, así que… bueno, ni me gusta ni me decepciona.

–Ah, Carrie, la chica con telequinesia que tiene problemas menstruales. Fue la primera obra que sacó Stephen King.

Era listo. Era realmente listo. Me encantaba.

–A Darry le gustas –dijo él, con esa sonrisa suya tan… provocativa.

– ¿Quién es Darry? –pregunté, mirando a la gente del bar. Él empezó a reír. ¿Había dicho algo gracioso?

–Yo soy Darry.

Mis piernas empezaron a temblar como gelatina, y sentándome impediría hacer algo embarazoso. Me hundí en la silla, pero en vez de alivio se incrementó aún más la tensión.

–Es un placer conocerte, Darry.

Se inclinó hacia delante, apoyándose en los codos, y noté sus anchos hombros y la manera en que sus músculos se movieron bajo la tela de su camisa. Entonces nuestros ojos conectaron y yo me vi atrapada en aquellos ojos azules.

–Voy a traerte alguna bebida –eso no fue una pregunta. –Entonces podremos hablar un poco más de tus gustos.

By laurii1d

Capítulo 1

Emilia Clarke Sad Face Closeupdfs

Tomé una respiración profunda.

    Todo saldrá bien. Tranquila. Todo saldrá bien. Me repetí como mantra mientras esperaba la llamada que decidiría todo mi futuro. Movía la pierna con nerviosismo y tenía la mirada fija en el teléfono que había sobre la mesa. Todo saldrá bien.

Entonces, la pantalla del teléfono se iluminó y empezó a sonar. Un toque, dos toques y…

– ¿S-sí? –contesté.

–Buenos día, señorita Philips –reconocí la voz de la chica rubia que me entrevistó para el puesto de trabajo. –Le llamo de ­­Jenner S.L. para decirle que nos encantaría tenerla en nuestra plantilla.

– ¿Me han aceptado? –la pregunta no tenía sentido. Ella mismo me dijo que me habían aceptado. Pero ya era costumbre preguntar.

–Sí, señorita Philips. Enhorabuena. Empezará el lunes a primera hora. ¿Bien?

–Sí, genial. Gracias –le di al botón de colgar antes de ponerme a saltar y a chillar de alegría.

– ¡Lo sabía! ¡Sabía que te cogerían! –exclamó Max, saltando junto a mí. Me tomé la libertad de hacer un pequeño baile, patético, pero era mi baile de la victoria. ¡Sí!

Mientras “bailaba” recordaba todo lo que pasó hacía unas semanas. Y ahora, que había recibido la llamada que había estado esperando durante todo un día, era feliz. Ya no tendría que llevar aquel odioso uniforme de Twin Peaks. Ya no olería a comida grasienta nunca más. Ahora tenía un perfecto trabajo en Jenner S.L.

–Esta noche saldremos a celebrarlo –celebrarlo quería decir emborracharnos.

–Oh, oh –dije. –Esta noche no puedo. Gabe me había invitado a una exposición de arte de no sé quién y le dije que iría. Supongo que lo tendremos que posponer.

–Así que Gabe y tú por fin…

–Gabe y yo solo somos amigo.

–Ajá… ¿Y qué se pondrá la Señorita Gabe y yo solo somos amigos esta noche?

–Ropa –contesté. Eso hizo que a Max le saltaran las alarmas.

–Ya sé que te pondrás ropa –hizo un gesto con la mano y puso los ojos en blanco. –Pero conociéndote seguramente irás a esa exposición con jeans y converses.

–No pensaba ponerme las converses.

–Veamos lo que tienes en tu armario –dijo, dirigiéndose a mi habitación. A veces no soportaba esa actitud de Max. Siempre intentaba sacar el mayor potencial de mí (aunque eso estaba bien, y era considerado por su parte) convirtiéndome en algo parecido a una puta refinada. Abrió el armario, y observó la escasa ropa que había en él. Hizo una mueca y empezó a sacar toda la ropa. –Conseguiré que luzcas espectacular para Gabe.

Creo que hablo alemán cuando digo que entre Gabe y yo NO HAY NADA. Admito que Gabe es atractivo, pero nunca le he visto como algo más que mi amigo. Le conocí en mi último año de Universidad, y mientras Max era la amiga que me llevaba a bares y me animaba a comportarme de forma estúpida, Gabe era el amigo que siempre sabía lo correcto para decir.

Finalmente, observé el conjunto que estaba encima de mi cama. Max parecía contenta con su elección, pero mi cara parecía decir otra cosa.

–No pongas esa cara. Parece que estés viendo a tus abuelos hacer el amor.

Tuve que obedecer a Max y ponerme la ropa que había elegido. Sabía lo insistente y pesada que era cuando se lo proponía. Suspiré de nuevo, sabiendo que esta noche no sería Trish Philips.

Sería Trish Maquilladahastaelculoycontaconesexcesivamentealtos Philips.

Contemplé mi figura en el espejo. Realmente Max ha hecho un gran trabajo conmigo. Me dije a mí misma. Llevaba una falda casi por encima de las rodillas, con una camisa blanca y una americana. Muy profesional. Lo peor era los tacones, que como había dicho ella, siempre iba con converses o zapatillas de ese estilo. Los tacones para mí eran un gran desafío. Me hice un recogido con el pelo para terminar, y finalmente allí estaba yo. Una versión mejorada de mí.

Me desabroché otro botón más de mi camisa, pensando que así estaría más sexy. Estás genial, Trish. Eres impresionante. Realmente impresionante.

Si mi madre escuchara mis pensamientos, me diría que tenía que ser humilde, pero la humildad no me había llevado a ninguna parte.

Trish Philips, eres una chica impresionante.

    Sí, estaba genial. Tenía un cuerpo estupendo. Entonces, ¿cómo fue que a mis veintidós años acabé siendo la única chica de mi edad que nunca había tenido relaciones sexuales? Dejé de ser una niña inocente en algún lugar entre los dibujos animados y Gossip Girl. Pero ahí estaba yo… aún virgen. Era una chica que se pasaba la mayoría de las noches viendo episodios repetidos de Sexo en Nueva York.

Retiré mis pensamientos a un lado cuando oí a Gabe llamar a mi puerta. Cogí mi bolso y me dirigí hacia la puerta, encontrándome a Gabe apoyado en el marco de la puerta. Su expresión cambió cuando me vio. No sabía cómo tomármelo hasta que dijo:

– ¡Vaya, Trish! Nunca te había visto con falda –sus ojos fueron bajando hasta parar en mis piernas. –Además te has puesto tacones. No me malinterpretes, pero siempre te he visto con jeans y es raro verte ahora así, tan…

– ¿Diferente?

–Sí, diferente. Pero en el buen sentido, no en el malo. Estás increíble, Trish.

No me hacía falta mirarme en el espejo para saber que estaba roja. Seguí a Gabe hasta su coche viejo y con abolladuras por todos lados. Una vez dentro, Gabe arrancó el coche, haciendo un fuerte rugido el motor. Gabe presionó los botones para encender la radio, y después de darle volumen, condujo hasta la galería.

Fue difícil encontrar un sitio para aparcar. La galería debía de estar llena. Me sorprendió cuando Gabe me abrió la puerta de copiloto para poder salir. Nunca antes lo había hecho y fue algo incómodo el momento. Tuve que coger del brazo a Gabe mientras subíamos unas cuantas escaleras. ¡Malditos tacones! Entregamos nuestros pases al guardia de seguridad y entramos a una sala abarrotada de gente que miraba las obras expuestas. Yo no solté del brazo a Gabe.

– ¡Gabe! –alguien gritó en cuanto entramos por la gran puerta principal. Un chico alto, rubio, de la misma edad de Gabe vino hacia nosotros, dándole un abrazo amistoso a Gabe.

– ¡Dankworth! –contestó Gabe, como si fuera un código secreto entre primates.

– ¿Quién es la belleza? –un acento británico se hizo presente. Sujetó mi mano y se la llevó directamente a los labios.

–Ben, Trish. Trish, Benjamin…

–Su mejor amigo –acotó Benjamin.

–Su mejor amiga, mucho gusto –le sonreí. Benjamin era atractivo a kilómetros. Sus ojos eran una mezcla entre verde y azul y su pelo estaba ligeramente despeinado.

– ¡Vamos a tomar un trago! –dijo Ben.

–Creo que me quedaré por aquí, viendo las obras –dije. Gabe me guiñó un ojo y se alejó con Ben. Cogí un folleto en el que venían todos los nombres de las obras, los autores, etc.

Me planté en frente de un cuadro bastante raro. Creativo, pero raro. Yo no era una experta en esto, por lo que no podría dar una buena opinión crítica de la obra.

–Vaya, qué preciosidad –dijo un hombre que estaba a mi lado.

–Eh, sí, es bastante buena –comenté, sin saber si aquel comentario iba dirigido a mí o a la obra. No estaba segura de qué contestar.

–Creo que este artista solo buscaba una escusa para pintar mujeres desnudas –dijo el hombre, mirando fijamente la obra. Tenía acento británico. Me giré para mirarle, sorprendiéndome de lo bueno que estaba. ¡Era guapísimo! ¡BRITÁNICO Y SEXY! Su pelo era oscuro y tenía los ojos muy, muy azules. Él dejó de mirar el cuadro para mirarme a mí. Su mirada me hizo temblar. –Es sensacional y desafiante –sonrió, dejándome sin aliento. ¡Dios, qué sonrisa!

–Buena descripción –dije, mirando de nuevo al cuadro, para mantener mi cabeza alejada de los malos pensamientos.

–Es un cuadro intrigante. Su efecto acordeón, la sombra que la arrastra…

–Creo que evoca una melancolía desgarradora –comenté. Creo que lo que dije lo leí en algún sitio…

–No estoy de acuerdo –dijo él. Claro que no, seguramente estaba diciendo algún disparate. –Me parece osada y… a la vez sensual –dijo en voz profunda. En mi cabeza resonó las palabras que él había dicho, una y otra vez.

– ¡Trish! –gritó Gabe entre la gente. Me aparté de aquel hombre y caminé hacia Gabe, sin mirar atrás. Sin mirar al chico británico que había estado hablando conmigo. –Toma, bebe un poco –dijo entregándome una copa de vino. Sí, seguramente beber vino sería la mejor elección.

–Conozco un buen sitio al que podemos ir después –dijo Ben, llenándose la boca de canapés.

– ¡Perfecto! –dijo Gabe.

La exposición no fue nada aburrida con Ben delante. Comentaba cada detalle de la obra con un toque humorístico. Era imposible mantenerse serio con él. Después de llevar allí un buen rato, Ben nos llevó a un bar llamado Seventy Nights. El local no estaba mal, si no fuera por las camareras que iban casi desnudas. Nos sentamos en unos sofás de cuero rojo y pedimos nuestras bebidas.

Cinco tequilas después, Ben estaba en su estado más cariñoso, por así decirlo.

–Espero que no seas lesbiana, porque me pareces de lo más atractiva, Trisssh –dijo Ben. Obviamente no estaba en sus mejores momentos por la forma en la que pronunció mi nombre.

–Ben, deberías parar ya –dijo Gabe.

–Creo que cogeré un taxi para irme a casa –dije, levantándome del sillón.

–No, espera. Déjame que te lleve a casa –dijo Gabe.

– ¿Os vais ya? ¡Dios, tío! ¡Qué aburridos! –dijo Ben.

–Lo siento, Ben. Ya no veremos otro día –se despidió Gabe. Me agarré de nuevo al brazo de Gabe y juntos salimos de aquel bar. –Lo siento. Ben es así.

–No te disculpes. Me cae bien. Es un tipo bastante gracioso.

Gabe aparcó enfrente del bloque de apartamentos. Me quité los tacones y bajó de su coche, no sin antes darle un beso en la mejilla y decir: “Me lo he pasado genial”.

Solté los tacones una vez que estuve dentro de mi apartamento y me dirigí a mi dormitorio. Estaba demasiado cansada para hacer cualquier cosa, asique me desnudé y me metí en la cama sin ponerme el pijama. Repentinamente una imagen sin invitación llenó mi mente. Mi pelo se enredaba salvajemente sobre almohada mientras el chico sexy británico me besaba. Retiré mis pensamientos de la cabeza pensando que eso era una locura. Prácticamente imposible. Pero soñar no hacía daño a nadie…

By laurii1d

Prólogo

Prólogo

 

 

Aceptamos el amor que pensamos

 que nos merecemos”.

 

 

    Hacía unas semanas atrás me encontraba en Twin Peaks. Todo saldrá bien. Todo saldrá bien. Ese era el mantra que siempre utilizaba en ocasiones críticas. Me alejaba de la barra y me reunía con mi jefe. Intenté creerme mis pensamientos, pero su tono cuando me llamó sonó tan serio que fue difícil no pensar que me diría: “Estás despedida”.

    –Trish, me temo que tengo que darte una mala noticia –dijo sin rodeos. Justo lo que me temía. –Así que iré directo al grano. Me ha costado tomar esta decisión, créeme, pero debo pedirte que abandones tu puesto de trabajo.

    – ¿Estoy despedida? –pregunté. Era más que obvio que sí, pero aún  así necesitaba oír de sus labios: “Sí, estás despedida”.

    –Sí, Trish. Estás despedida –dijo en voz ronca. –Puedes terminar tu turno esta noche, si quieres.

    ¿Si quiero? Lo que quería era largarme de allí cagando leches.

    –Está bien, Todd. –Giré sobre mis talones y me largué de allí. Intenté abrirme paso entre la gente, hasta llegar a la barra y encontrarme con Max.

    – ¿Todo bien? –me preguntó ella. Negué con la cabeza, intentando controlar mis gritos. – ¿Qué te ha dicho?

    –Me… me ha despedido –contesté, con un hilillo de voz que apenas se pudo oír por culpa de la gente que pedía más comida y más bebida. La expresión de horror en la cara de Max hizo sentirme aún peor.

    –Dios mío, Trish. Cuánto lo siento –se acercó a mí y me acarició el brazo. Eso no me ayudaría a recuperar mi trabajo. – ¿Necesitas algo? ¿Un chupito, tal vez?

    –Eso estaría bien, gracias.

    Max me entregó un chupito de tequila mientras decía: “Invita la casa”. Lo tragué rápidamente, concentrándome en atender a la gente que había en las mesas. Necesité unos segundos para relajarme y atender la siguiente mesa diciendo un simple: “¿Qué desean?”.

    – ¿Qué es lo mejor de la carta, aparte de ti, bombón? –dijo un chico con un gorro en la cabeza. Tenía una sonrisa de medio lado, que normalmente me hubiera gustado, pero esta noche parecía que decía: “Hola, soy un estúpido”. Sus amigos que lo acompañaban empezaron a reír. No estaba de humor para esas estupideces. Quería morirme.

    –Solo dime lo que quieres tomar, ¿vale? –contesté, sosteniendo la pequeña libreta en mis temblorosas manos.

    –Vale, pues… –repasó de nuevo el menú. –Creo que pediré una hamburguesa con queso.

    – ¿Eso es todo? –pregunté, antes de retirarme de aquella mesa.

    –Mmm, no. A no ser que quieras darme tu número de teléfono.

    – ¡Sí! ¡Claro! Me encantaría darle mi número de teléfono a un chico desconocido que liga con las camareras en los bares. Sí, creo que sería perfecto –dije, con todo el sarcasmo que pude escupir. Me aparté de allí rápidamente, entregándole la nota de pedido al cocinero. Luego, no lo pude aguantar más.

    Salí corriendo de allí hacia los servicios. Me encerré en una de las cabinas y me acurruqué en el inodoro, enterrando mi cabeza en mis piernas. No es que fuera una niña pequeña que se escondía para llorar, pero era lo que necesitaba.

    Max entró apresuradamente a los servicios y dio varios golpecitos en la puerta de la cabina en la que yo me encontraba.

    –Trish, abre la puerta –me ordenó. Yo seguía sentada en la taza. No pensaba salir de allí. –Vamos, Trish. No seas así. Sé que estás llorando.

    –Perfecto. Ahora vete.

    –No me iré de aquí hasta que salgas. Te daré tres segundos. Si no sales tiraré la puerta abajo. Uno… Dos…

    Abrí el pestillo de la puerta y salí de allí, sin esperar a que Max dijera “tres”, porque sabía que si ella lo decía tiraría la puerta del baño de verdad. Me encontré con los dulces ojos marrones de Max.

    –Eso está mejor. Ven –dijo, dándome la mano. Me acercó hacia los lavabos, cogiendo una toallita y pasándomela por toda la cara para eliminar las manchas de rímel corrido. –Terminaré mi turno dentro de una hora. Si quieres puedes irte a casa mientras. Iré para allá cuando termine con una vote de helado.

    –Que sea de vainilla –dije. Ella sonrió y asintió con la cabeza. Después de un rato, salí de los servicios encontrándome con los brazos de Cindy apretándome fuertemente.

    –Me he enterado de lo ocurrido. Lo siento mucho T.

    –Mmm, uh… gracias, Cindy. Te echaré de menos.

    Se apartó de mí, dejándome respirar. Por lo menos agradecería el dejar de oír: “Hola, T” cada vez que Cindy me veía. Maldita manía de llamar a la gente por sus iniciales…

Cogí mi chaqueta y salí del bar del que había sido despedida. Gracias, Todd, por haber sido un completo capullo conmigo. Muchísimas gracias. De lo único que me alegraba era de no volver a ver a ese cretino. No tendría que volver a soportar su aliento a tabaco, ni sus miradas innecesarias al escote de mi camisa. Y por supuesto, no tendría que volver a llevar ese estúpido uniforme.

    Agité la mano cuando vi que un taxi se acercaba. El taxi paró y ordené la siguiente parada: mi casa. Quería llegar a mi casa, que era un bloque de apartamentos (nada lujoso). El sitio era pequeño, pero de sobra para solo una persona. Pagué al taxista y me apresuré hacia la puerta de mi apartamento. Rebusqué dentro de mi bolso las llaves. Estuve al menos cinco minutos hurgando en el bolso hasta que las encontré. Una vez dentro, me quité los zapatos, tirándolos a cada extremo del salón y corrí la cortina que daba la entrada a mi dormitorio. Sí, tenía una cortina que aislaba el salón de mi dormitorio. Olvidé que la luz de mi habitación se había fundido y no la había cambiado, por lo que darle al interruptor no sirvió para nada. Caminé arrastrando los pies hasta llegar a la lámpara de mesa. Una vez encendida, me quité el uniforme que era obligatorio llevar en mi anterior trabajo como camarera. Lo miré por última vez, pensando en lo excesivamente corto que era. Me puse mi pijama de Snoopy y me eché en la cama hecha un ovillo. Una hora después, Max llamó a la puerta con un tarro de helado de vainilla como le pedí. Nos instalamos en el sofá, y hablamos mientras nos comíamos todo el tarro de helado. Luego estaría un mes quejándome de lo que había engordado, pero eso ahora daba igual.

    – ¿No tienes otro plan? –preguntó Max, relamiendo su cuchara. ¿Qué otro plan? Oh, sí… suicidarme.

    –No, no tengo otro plan. Necesito dinero si quiero seguir viviendo aquí o en cualquier otro sitio.

    –Yo te podría prestar dinero si ese es el problema.

    – ¡No! Sabes que odio que la gente me ofrezca su dinero. No puedo aceptarlo.

    –Pues tendrás que buscar otro trabajo.

    – ¿Ah, sí? No lo había pensado… –dije en tono sarcástico.

    –Hace un par de semanas me enteré de que echaron a unos cuantos de la empresa en la que trabaja mi hermano. Tal vez podrías probar allí.

    –No sé, Max…

    – ¿No habrás estudiado tanto solo para conseguir un trabajo mediocre como camarera, verdad? –puso los brazos en jarra. No me gustaba cuando usaba ese tono recriminatorio conmigo.

    –Mañana mismo saldré a buscar algo. Lo que sea, me da igual –me llené la boca de helado. – ¿Qué tal te va con Ron? –pregunté, con un intento desesperado de cambiar el tema. Ron era el chico con el que estaba saliendo Max. Él realmente no se llamaba Ron, pero la primera vez que lo vi me recordó al personaje de Harry Potter por su pelo pelirrojo. Y sinceramente, no me acuerdo de su verdadero nombre…

    –Creo que romperé con él –contestó. –Supongo que fue divertido mientras duró.

    –Tú lo haces todo tan fácil… –murmuré. Pensaba en cómo Max jugaba con los sentimientos de las personas. Había estado con tantos chicos que ya ni siquiera se preocupaba en cómo romper con ellos. Simplemente decía: “Se acabó” y pasaba a la acción con otro chico. Así era Max. Ojalá que yo fuera como ella, lanzada y atrevida. No una mojigata que no había tenido relaciones sexuales en toda su vida.

    –No es complicado. ¿Por qué debo de estar con alguien que me aburre y no me hace sentir nada?

    –Sí, supongo que tienes razón. ¿Cuántos novios llevas ya en este mes?

    –Me estás llamando algo así como… puta.

    –Algo así como… no. Te estoy llamando puta –recibí un puñetazo en el hombro y empezamos a reír. Y después de terminarnos todo el helado, nos quedamos dormidas en el sofá.

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