Estaba en el baño, con una camiseta de ropa interior y mis pantalones al nivel de mis rodillas, al borde de la hiperventilación. Darry estaba al otro lado de la puerta. Mi corazón seguía tratando de salir de mi pecho, cuando él dijo que necesitaba quitarme mis capris y evitara usar ropa ajustada sobre la quemadura por un tiempo. Hasta se ofreció a ayudarme a quitar el pantalón, pero eso me hizo sentir como si fuera a vomitar otra vez. Así que en vez de eso, empecé a menearme para quitármelos por mí misma, tratando, y fallando, de mantener la tela lejos, para que no tocara mi piel dañada.
Deslicé el pantalón un poco más bajo y mordí mi labio para tratar de silenciar un gemido.
– ¿Trish? –Darry golpeó ligeramente la puerta. – ¿Estás bien?
– ¡Estupendo! –dije.
Tiré de mis pantalones de nuevo y jadeé.
–Trish, solo déjame ayudarte. Me estás preocupando.
Cerré mis ojos, tratando de pensar en la manera de evitar esto. Cojeando torpemente con mis pantalones alrededor de mis rodillas, encontré una falda con cintura elástica en mi cesto. La metí por mi cabeza y la bajé hasta cubrir mi ropa interior, y luego me senté en el inodoro. Estaba segura que mis mejillas estaban probablemente de un humillante tono rojo. Ahora no podía hacer nada al respecto.
–Bien. Entra.
La puerta se abrió lentamente, y la cabeza de Darry se asomó por la esquina, seguida por el resto del cuerpo. Le echó un vistazo a mi falda arrugada, y a mis pantalones agrupados en mis rodillas.
Entonces ser rió. Una risa estridente, en realidad.
–Esto es humillante.
¿Cómo iba a poder tener sexo con él ahora? Apretó sus labios para contener la risa, pero la diversión seguía bailando en sus ojos.
–Lo siento. Sé que te duele. Solo te ves tan…
– ¿Ridícula?
–Bonita.
Le di una mirada honesta.
–Ridículamente bonita.
–Está bien. Ahora ayúdame a sacarme los pantalones –dije, intentando controlar mis nervios.
Me miró por un momento antes de bajar los ojos y se aclaró la garganta. De pronto, algo más que mi pierna estaba ardiendo. Se arrodilló junto a mí y tomó mi pierna entre sus manos. Yo ya había comenzado a bajar los capris, por lo que la herida ya estaba casi cubierta. Él aclaró su garganta otra vez y luego deslizó su mano por una pierna del pantalón.
ATAQUE. AL.CORAZÓN.
Estaba segura de que estaba teniendo uno.
Usando su otra mano bajó mis pantalones hasta debajo de mis rodillas y me miró, aclarando su garganta otra vez, y dijo: – ¿Me das tu mano? Mantén tu mano aquí, y tira de la tela tan lejos de tu pierna como puedas. Voy a hacer lo mismo en la parte de adentro, así trataremos de sacártelo sin tocar la quemadura.
Asentí. Él deslizó su mano hacia arriba y afuera, sintiendo un ligero toque que me enviaba escalofríos. Él hizo lo que dijo, apartó la tela lejos de mi piel dañada y luego, juntos, intentamos sacar los pantalones.
No era la misión más exitosa. Esos jeans eran indecentemente apretados, y gracias a Max pasé un largo tiempo encogiéndome mientras la tela chocaba con mi piel.
–Lo siento –se disculpó como si fuera su culpa.
Luego de un minuto o dos de una lenta y cuidadosa maniobra, mis jeans cayeron al suelo.
Me di cuenta de que su mano seguía en mi pierna. Acariciaba mi pierna con suavidad. Si seguía tocándome así, me iba a derretir en un charco aquí mismo, en el suelo.
–Mmm, gracias.
Él pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo y sus ojos se movieron rápidamente a sus manos e inmediatamente sonrió, volviendo a pasar lentamente su mano por mi pierna, y luego la retiró.
–No hay problema. Ahora necesitamos que se enfríe. Podríamos dejarla bajo agua fría. O podríamos poner un paño frío y húmedo.
Le entregué una toalla de la cesta que se encontraba detrás de mí y él se dirigió al lavabo para mojar la toalla con agua fría. Contuve el aliento mientras él la puso sobre mi quemadura haciendo que el frío se sintiera bien, lo suficiente como para relajarme por primera vez desde que entramos en mi apartamento.
– ¿Mejor?
Asentí con la cabeza. –Mucho. Nunca me pondré jeans tan ajustados.
Él sonrió. –Eso sería una lástima.
Iba a tener que conseguir un ventilador si él seguía diciéndome cosas como esas.
–Escucha –comenzó diciendo. –Lo siento, nunca debí haberte empujado a subir a la moto.
–No es tu culpa que no sepa nada de motos.
–No puedo creer que nunca hayas montado en moto.
–Sí, bueno, hay muchas cosas que todavía no he hecho.
Él arqueó la ceja. – ¿Cómo cuáles?
–Bueno… –juro que mis latidos sonaban como “estú-pida, estú-pida” mientras lo escuchaba en mis oídos. –Hum, hasta ahora nunca había conocido a un británico.
Rió, pasando sus dedos, inconscientemente, a través de su cabello.
–En realidad soy medio británico y medio francés. –Tuvo que ver que mi boca había caído al suelo. ¿Británico y francés? ¡BRITÁNICO Y FRANCÉS! –Mi padre es británico y mi madre es francesa. Estuve hasta los cinco años en Francia y después me mudé con mi padre a Inglaterra.
–O sea que hablas francés.
Trish, te has superado. Es obvio que sí habla francés. Él mismo lo ha dicho. Estúpida.
–Oui. Vous parlez français?
–Bueno… si por saber decir Voulez-vous coucher avec moi, ce soir es hablar francés pues sí, hablo francés.
– ¿Me lo estás diciendo en serio?
– ¿Eh?
–Voulez-vous coucher avec moi. Significa “Quieres dormir conmigo”. Ce soir es… “esta noche”.
¡La gran Mierda! Solo yo diría eso en francés… claro. Y todo gracias a Lady Marmalade.
Mojó nuevamente la toalla en agua fría, pero mi cuerpo se calentó demasiado cuando puso la toalla otra vez sobre mi piel. Su otra mano sostenía mi tobillo.
Mantuve mi aliento, y con cuidado dije: –Tu turno.
– ¿Hmm?
– ¿Qué es lo que nunca has hecho?
–Curar a una chica ridículamente bonita de una quemadura en la pierna –contestó. Yo me tensé un poco más, si eso era posible. Ridículamente bonita. Esa era yo. Y estaba en mi baño con un hombre ridículamente sexy.
– ¿Y qué hace un británico/francés como tú en Estados Unidos? –dije, intentando mantener mi mente despejada de su tacto.
–Trabajo. –Se puso en pie. – ¿Dónde puedo encontrar gasas?
–En ese cajón de ahí arriba –dije, señalando. Cogió una gasa y me la pegó en la parte de mi pierna que estaba quemada.
–Ya está. Ahora supongo que me tendré que plantear tu invitación.
– ¿Qué invitación?
–Voulez-vous coucher avec moi, ce soi. ¿Recuerdas?
¡Santo Dios! Mi boca se podía haber mantenido cerrada…
–Oh, sí… recuerdo… Pero no era una invitación. Únicamente repetía la letra de la canción.
–Entonces, ¿no quieres que me quede a “dormir” esta noche?
Tragué saliva, pero mi boca se sintió como si de repente hubiera una caja de arena.
Él se sentó con sus rodillas, arrastrando su mano desde el tobillo hasta la parte exterior de mi pantorrilla lesionada. Sus caderas estaban a pocos centímetros de mis rodillas.
–No puedo obligarte a hacer nada. Es decisión tuya quedarte o no –volvió a colocar su mano en mi tobillo, acariciándome. Volviéndome loca. Si no me basaba pronto me quemaría por dentro.
–Mírame, ni siquiera puedo tener mis manos lejos de ti –su mano siguió subiendo hasta mi rodilla, y una vez ahí, volvió a bajar. –Supongo que ambos estamos aquí por una cosa, y no es curar tu quemadura. Así que… dime que puedo besarte.
Eso… eso podía hacerlo.
–Puedes besar…
Sus labios estuvieron en los míos antes de poder terminar la frase. Mi quemadura fue curada por completo.